Conociendo a la OCLAE

Se aproxima un nuevo aniversario de la OCLAE, pero este no es  un aniversario cualquiera, la organización cumple 50 años y sus miembros desean conmemorar la fecha realizando un encuentro en La Habana, lugar donde fue fundada el 11 de agosto de 1966.

Mientras en la capital cubana se realizan los preparativos de este encuentro programado  para los días 11, 12 y 13 de agosto de 2016, algunos jóvenes se preguntan, ¿qué es la OCLAE?

La OCLAE es la Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes,  fue creada en la naciente Revolución  cubana en el contexto IV Congreso Latinoamericano de Estudiantes, con el propósito, de agrupar a diversas organizaciones estudiantiles  “como instancia movilizadora y coordinadora de las luchas antiimperialistas del movimiento estudiantil de América Latina y el Caribe”.

La organización está constituida por 38 organizaciones miembros pertenecientes a  23 países de América latina y el Caribe aproximadamente; su rol ha estado dirigido a “impulsar las acciones por la reforma y democratización de la educación, la erradicación del analfabetismo, el desarrollo de la más firme unidad y de los vínculos de solidaridad entre los estudiantes del continente, por la conquista y defensa de sus legítimos derechos y reivindicaciones, contra la deformadora penetración foránea en las universidades.

Desde 1997 ostenta la organización Status Consultivo en el Consejo Económico Social de Naciones Unidas y de Categoría Operacional ante la UNESCO.

Entre las labores que realiza se encuentran los trabajos con la Red Social para la Educación Pública en América (Red-SEPAS), en la Asociación de Universidades del Grupo de Montevideo (AUGM), en el segmento del MERCOSUR Educativo, en el Consejo Directivo del Foro Social Mundial (WSF), en la Alianza Social Continental (ASC), el Foro Latinoamericano de Juventudes (FLAJ), la Federación Mundial de Juventudes Democráticas (FMJD) y de la Sección de Educación Superior de la Internacional de la Educación para América Latina (IE). Desde 2014 forma parte de los Consejos Directivos del Espacio Latinoamericano de Educación Superior (ELACES) y de la Asociación de Consejos de Rectores de América Latina y el Caribe (ACRULAC), en representación del estamento estudiantil.

El mártir de la OCLAE es el dirigente estudiantil puertorriqueño José Rafael Varona, muerto a consecuencia de un bombardeo norteamericano cuando se encontraba de recorrido por Vietnam.

Actualmente el Secretariado General está conformado por 17 organizaciones estudiantiles del continente, mientras el Ejecutivo está compuesto por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) de Cuba, la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua, la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador y la Unión Nacional de Estudiantes de Brasil (también miembros del Secretariado General).

Desde su fundación, la FEU es la Presidenta de la OCLAE por lo que la Sede de su Secretariado radica en Cuba.

Claves para la organización política

01Por Ana María Cabrera Marsden y Rodolfo Romero Reyes

Mientras un grupo de jóvenes latinoamericanos dialogaban en La Habana sobre los retos que tiene su generación, a partir de un texto de Fernando Martínez Heredia, otro Fernando se sumó al debate enviando algunas ideas por correo electrónico. La discusión íntegra será publicada en algunas semanas por la editorial Ocean Sur, como parte de su proyecto Juventudes en Cuba. Por el momento, les adelantamos algunas ideas de las que compartió Fernando Vicente Prieto, quien es comunicador, periodista, integrante de Patria Grande en Argentina y miembro activo de la Articulación continental de Movimientos Sociales hacia el ALBA.

¿Cuán fácil o difícil resulta poner en sintonía los intereses individuales con los deberes cívicos y sociales? Creo  que es la pregunta de todos los tiempos. Para garantizar su puesto de mando en el sistema que sea (esclavismo, feudalismo, capitalismo), las clases dominantes siempre han procurado tener de su lado, al menos, a parte de los oprimidos y explotados, prometiendo un futuro mejor a quienes no ejerzan comportamientos subversivos o disruptivos para el orden establecido. De ahí que el sistema genera estímulos muy poderosos, tanto en el plano material como en el simbólico, para que nos concentremos en nuestro interés individual en lugar de que pensemos cómo unirnos para trabajar, en común, por el bien de todos. El mito del sueño americano es eso. Cada día, por ejemplo, miles de personas de Centroamérica viajan rumbo al norte buscando la promesa del sistema, que es en definitiva obtener la felicidad a través de una mayor capacidad de consumo. Casi ninguno triunfa, apenas alguno, de cuando en cuando, que sirve para alimentar ese mito. Es difícil luchar contra todas las comodidades o tentaciones que se despliegan para adormecer nuestra conciencia colectiva, pero también quienes participamos en un grupo político, social, cultural, etcétera, sabemos que es allí donde realizamos actividades y compartimos vivencias que de manera individual nunca alcanzaríamos, porque en esencia somos seres sociales.

Como se observa en ejemplos palpables de la historia, la única manera de luchar contra esta situación, para intentar cambiarla, tiene que ver con esa triada conciencia—acción—militancia. Son conceptos que se retroalimentan: si no hay acción, no hay conciencia. Es en la lucha misma donde las personas se forman principalmente, en la reflexión sobre esa lucha y en la reflexión de otros compañeros y otras compañeras. La militancia, a su vez, implica asumir de forma consciente la necesidad de organizarse y ayudar a organizar, para tener mejores acciones y mayores niveles de formación, de conciencia.

Desde mi punto de vista, creo que es clave, primero, tener la sensibilidad y el sentido común para advertir e indignarse ante las injusticias. Luego, la construcción de una cultura contrahegemónica respecto al capitalismo que nos permita desarrollar, aunque sea parcialmente, otras relaciones entre las personas. Ambos elementos, a su vez, se relacionan dialécticamente con la organización política, que está inmersa en una sociedad compleja, con pautas en general adversas, que la presionan, pero que también pueden influir en algún grado sobre ellas. Por ejemplo, disponiendo una forma organizativa que contenga a su militancia y le ofrezca colectivamente la posibilidad de desarrollar trabajos creativos, donde las personas alcancen niveles de realización individual y colectivos. También por ejemplo, desarrollando una política que aporte a subvertir las pautas ideológicas culturales capitalistas, revalorizando y construyendo nuevas subjetividades.

Por otro lado —aunque también, todo está relacionado— creo que es clave la recuperación de la propia historia popular. Muchas veces conocemos más de temas que no tienen ninguna importancia —vidas de celebridades, por ejemplo— o tienen menor vinculación con nuestra realidad específica —procesos sociales de otros lugares o de otros tiempos— que nuestra propia historia como pueblo. Esto en Argentina incluye a gran parte de la izquierda, por ejemplo, que es capaz de recitar frases de Marx o Lenin —con la importancia que tiene conocer a estos y otros pensadores revolucionarios— pero desconoce completamente la historia de América Latina o aún la de Argentina. Muchas veces se idealizan procesos ajenos y se desprecian los propios por «impuros», en busca de una ortodoxia que lleva a la paralización y/o al sectarismo.

A su vez, para la organización política es fundamental la eficacia: lograr avances materiales y simbólicos concretos. Aumentar la organización del pueblo, construir poder popular, liberador. Esto guarda relación con el grado de formación colectiva y la capacidad de acción—movilización, construcción de proyectos y propuestas políticas.

Anuncian próximo título de la editorial Ocean Sur

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Por José Gabriel Martínez

El 50 aniversario de la Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes (OCLAE) y los casi 100 años de la Reforma de Córdoba, son pretextos que hicieron nacer este libro.

El volumen incluye un recorrido por el movimiento estudiantil desde El Manifiesto Liminar en Córdoba en 1918 hasta las luchas actuales por una educación gratuita y de calidad. Comenta sobre los tres congresos previos a la fundación de la OCLAE, dedica un apartado especial al cuarto Congreso en 1966, a los objetivos de esta organización y a las asociaciones diversas que la integran.

Alertamos al lector: no cuenta la historia de la organización que durante cinco décadas ha promovido la solidaridad activa de los estudiantes del continente en la lucha contra el imperialismo, y la consolidación de los vínculos que los unen con los campesinos y con los obreros.

La revolución se hace en la calle es una mirada, desde Cuba, al movimiento estudiantil latinoamericano, pero con la participación directa de algunos de los líderes de este movimiento, quienes día a día enfrentan gases lacrimógenos, violencia policial, abusos de gobiernos neoliberales, y aun así, sueñan con un mundo mejor.

El volumen de la editorial Ocean Sur pertenece al proyecto editorial Juventudes en Cuba y concluye con entrevistas realizadas a dirigentes estudiantiles de países como Argentina, Colombia, Nicaragua, Brasil y Ecuador. Desde Cuba la entrevistada es Heidi Villuendas, quien se desempeña como presidenta de la OCLAE.

Se prevé que el libro se presente en agosto próximo en el marco del Encuentro latinoamericano y caribeño de estudiantes antimperialistas, a celebrarse en La Habana, y como parte de las actividades previas al cumpleaños 90 del líder de la Revolución cubana Fidel Castro.

Para los médicos, pero más, para los revolucionarios

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El taller que convocó a un grupo de jóvenes latinoamericanos a discutir desde La Habana, los retos que como generación asumen hoy, incluyó la lectura de algunos fragmentos de libros, muchos publicados por la editorial Ocean Sur. Uno de los que más aceptación tuvo fue un discurso, no tan conocido, de Ernesto Guevara. Hoy queremos compartir con ustedes algunos fragmentos de esa intervención que realizara el Che el 20 de agosto de 1960 en la inauguración de una serie de charlas y discusiones políticas organizadas por el Ministerio de Salud Pública. Aparece publicado íntegramente en Lecturas para la reflexión (Tomo I) La Revolución Cubana: años fundacionales. También se puede consultar en la antología Che Guevara Presente bajo el título «Discurso a los estudiantes de medicina y trabajadores de la salud».

El médico revolucionario

Ernesto Che Guevara

Este acto sencillo, uno más entre los centenares de actos con que el pueblo cubano festeja día a día su libertad y el avance de todas sus leyes revolucionarias, el avance por el camino de la independencia total, es, sin embargo, interesante para mí.

Casi todo el mundo sabe que inicié mi carrera como médico, hace ya algunos años. Y cuando me inicié como médico, cuando empecé a estudiar Medicina, la mayoría de los conceptos que hoy tengo como revolucionario estaban ausentes en el almacén de mis ideales.

Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo; soñaba con ser un investigador famoso, soñaba con trabajar infatigablemente para conseguir algo que podía estar, en definitiva, puesto a disposición de la humanidad, pero que en aquel momento era un triunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medio.

Después de recibido, por circunstancias especiales y quizás también por mi carácter, empecé a viajar por América y la conocí entera. Salvo Haití y Santo Domingo, todos los demás países de América han sido, en alguna manera, visitados por mí. Y por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, con el embrutecimiento que provocan el hambre y el castigo continuo, hasta hacer que para un padre perder a un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra patria americana. Y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte sustancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente.

Pero yo seguía siendo, como siempre lo seguimos siendo todos, hijo del medio, y quería ayudar a esa gente con mi esfuerzo personal. Ya había viajado mucho —estaba, en aquellos momentos, en Guatemala, la Guatemala de Árbenz— y había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que se necesitaba para ser un médico revolucionario.

Sin embargo, vino la agresión, la agresión que desataran la United Fruit Company, el Departamento de Estado, Foster Dulles —en realidad es lo mismo—, y el títere que habían puesto, que se llamaba Castillo Armas —¡se llamaba! La agresión tuvo éxito, dado que aquel pueblo todavía no había alcanzado el grado de madurez que tiene hoy el pueblo cubano, y un buen día, como tantos, tomé el camino del exilio, o por lo menos tomé el camino de la fuga de Guatemala, ya que no era esa mi patria.

Entonces me di cuenta de una cosa fundamental: para ser médico revolucionario o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar. Para hacer revolución se necesita esto que hay en Cuba: que todo un pueblo se movilice y que aprenda, con el uso de las armas y el ejercicio de la unidad combatiente, lo que vale un arma y lo que vale la unidad del pueblo.

Y entonces ya estamos situados, sí, en el núcleo del problema que hoy tenemos por delante. Ya entonces tenemos el derecho y hasta el deber de ser, por sobre todas las cosas, un médico revolucionario, es decir, un hombre que utiliza los conocimientos técnicos de su profesión al servicio de la Revolución y del pueblo. Y entonces se vuelven a plantear los interrogantes anteriores. ¿Cómo hacer, efectivamente, un trabajo de bienestar social, cómo hacer para compaginar el esfuerzo individual con las necesidades de la sociedad?

(…)

El individualismo como tal, como acción única de una persona colocada sola en un medio social, debe desaparecer en Cuba. El individualismo debe ser, en el día de mañana, el aprovechamiento cabal de todo el individuo en beneficio absoluto de una colectividad. Pero aun cuando esto se entienda hoy, aun cuando se comprendan estas cosas que estoy diciendo, y aun cuando todo el mundo esté dispuesto a pensar un poco en el presente, en el pasado y en lo que debe ser el futuro, para cambiar de manera de pensar hay que sufrir profundos cambios interiores, y asistir a profundos cambios exteriores, sobre todo sociales.

(…)

046-01Hace mucho que la mayoría del pueblo entendió que aquí no solamente había caído un dictador, sino entendió, también, que había caído un sistema. Viene entonces, ahora, la parte en que el pueblo debe aprender que sobre las ruinas de un sistema desmoronado, hay que construir el nuevo sistema que haga la felicidad absoluta del pueblo.

Si no, todos los sabemos, hemos llegado definitivamente al convencimiento de que hay un enemigo común. Nadie mira para un costado, para ver si hay alguien que lo pueda oír, algún otro, algún escucha de embajada que pueda transmitir su opinión antes de emitir claramente una opinión contra los monopolios, antes de decir claramente: «Nuestro enemigo, y el enemigo de América entera, es el gobierno monopolista de los Estados Unidos de América». Si ya todo el mundo sabe que ese es el enemigo y ya empieza por saberse que quien lucha contra ese enemigo tiene algo de común con nosotros, viene entonces la segunda parte. Para aquí, para Cuba, ¿Cuáles son nuestras metas? ¿Qué es lo que queremos? ¿Queremos o no queremos la felicidad del pueblo? ¿Luchamos o no por la liberación económica absoluta de Cuba? ¿Luchamos o no, por ser un país libre entre los libres, sin pertenecer a ningún bloque guerrero, sin tener que consultar ante ninguna Embajada de ningún grande de la tierra cualquier medida interna o externa que se vaya a tomar aquí? Si pensamos redistribuir la riqueza del que tiene demasiado para darle al que no tiene nada; si pensamos aquí hacer del trabajo creador una fuente dinámica, cotidiana, de todas nuestras alegrías, entonces ya tenemos metas a qué referirnos. Y todo el que tenga esas mismas metas es nuestro amigo. Si en el medio tiene otros conceptos, si pertenece a una u otra organización, esas son discusiones menores.

En los momentos de grandes peligros, en los momentos de grandes tensiones y de grandes creaciones, lo que cuenta son los grandes enemigos y las grandes metas. Si ya estamos de acuerdo, si ya todos sabemos hacia dónde vamos, y pese a aquel a quien le va a pesar, entonces tenemos que iniciar nuestro trabajo.

Y yo les decía que hay que empezar, para ser revolucionarios, por tener revolución. Ya la tenemos. Y hay que conocer también al pueblo sobre el cual se va a trabajar. Creo que todavía no nos conocemos bien, creo que en ese camino nos falta todavía andar un rato.

Y debo advertir entonces que el médico, en esa función de miliciano revolucionario, debe ser siempre un médico. No se debe cometer el error que cometimos nosotros en la Sierra. O quizá no fuera error, pero lo saben todos los compañeros médicos de aquella época: nos parecía un deshonor estar al pie de un herido o de un enfermo, y buscábamos cualquier forma posible de agarrar un fusil e ir a demostrar, en el frente de lucha, lo que uno debía hacer.

Ahora las condiciones son diferentes, y los nuevos ejércitos que se formen para defender al país deben ser ejércitos con una técnica distinta, y el médico tendrá su importancia enorme dentro de esa técnica del nuevo ejército; debe seguir siendo médico, que es una de las tareas más bellas que hay, y más importantes en la guerra. Y no solamente el médico, sino también los enfermeros, los laboratoristas, todos los que se dediquen a esta profesión tan humana.

Pero debemos todos, aun sabiendo que el peligro está latente, y aun preparándonos para repeler la agresión, que todavía existe en el ambiente, debemos dejar de pensar en ello, porque si hacemos centro de nuestros afanes el prepararnos para la guerra, no podremos construir lo que queremos, no podremos dedicarnos al trabajo creador. Todo trabajo, todo capital que se invierta en prepararse para una acción guerrera, es trabajo perdido, es dinero perdido. Desgraciadamente hay que hacerlo, porque hay otros que se preparan, pero es —y lo digo con toda mi honestidad y mi orgullo de soldado—, que el dinero que con más tristeza veo irse de las arcas del Banco Nacional es el que va a pagar algún arma de destrucción.

Si logramos nosotros, trabajadores de la medicina —y permítaseme que use de nuevo un título que hacía tiempo había olvidado—, si usamos todos esta nueva arma de solidaridad, si conocemos las metas, conocemos el enemigo, y si conocemos el rumbo por donde tenemos que caminar, nos falta solamente conocer la parte diaria del camino a realizar. Y esa parte no se la puede enseñar nadie, esa parte es el camino propio de cada individuo, es lo que todos los días hará, lo que recogerá en su experiencia individual y lo que dará de sí en el ejercicio de su profesión, dedicado al bienestar del pueblo.

Si ya tenemos todos los elementos para marchar hacia el futuro, recordemos aquella frase de Martí, que en este momento yo no estoy practicando, pero que hay que practicar constantemente: «La mejor manera de decir es hacer», y marchemos entonces hacia el futuro de Cuba.

Murió once meses después del bombardeo

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José Rafael Varona nació en Puerto Rico, el 6 de septiembre de 1946. Se inició en la lucha política cuando estudiaba en la escuela secundaria «Juan José Osuna» en San Juan, donde fundó, junto a varios compañeros de estudios, un capítulo de la Federación Estudiantil Pro Independencia (FEPI).[1]

Fefel, como se le conocía cariñosamente, sentía gran admiración por los héroes del nacionalismo puertorriqueño. Los firmes ideales antimperialistas de Pedro Albizu Campos y el ejemplo de los presos nacionalistas puertorriqueños, influyeron mucho en su formación.

En 1964 ingresó a la facultad de Ciencias Sociales. Allí fue parte de la Federación Universitaria Pro Independencia de Puerto Rico (FUPI). Fue uno de los dirigentes estudiantiles más destacados durante las intensas luchas que estremecieron la universidad en los años sesenta. La FUPI se manifestaba a favor de la reforma y democratización de la enseñanza, la defensa de los derechos estudiantiles y en contra de la presencia en las universidades del Cuerpo de Entrenamiento para Oficiales de la Reserva (ROTC), institución del ejército de Estados Unidos dedicada al reclutamiento y entrenamiento de estudiantes universitarios para que luego integraran las filas del ejército.

Fue redactor del periódico Patria, vocero informativo de la organización, y secretario de relaciones internacionales. Participó en el IV Congreso Latinoamericano de estudiantes, designado como representante de la FUPI en la recién creada OCLAE.

El 8 de marzo de 1967 partió desde La Habana como parte de una delegación de la OCLAE, para participar en la reunión del comité ejecutivo de la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), en Praga, y en el IX Congreso de esa organización, celebrado en Ulan Bator, Mongolia.

De ahí se dirigió rumbo a Hanoi, invitado por la Unión Nacional de Estudiantes de Vietman (UNEV), en los difíciles momentos en que ese país era blanco de criminales e intensos bombardeos por parte de la aviación norteamericana.

La delegación arribó a Hanoi el 10 de abril. Allí fueron recibidos por el presidente de la UNEV y otros dirigentes de esa organización, entre ellos, Nguyen An Hao, quien se les uniría como guía y traductor. An Hao había estudiado en Cuba y se mostraba muy interesado en conocer la problemática latinoamericana, sentía un gran cariño hacia la Revolución Cubana.

José Rafael visitó escuelas, universidades, centros de producciones industriales y agrícolas y sostuvo encuentros de producción fraternales con los estudiantes y los jóvenes en las Brigadas de Choque en las Fuerzas Armadas, en las fábricas y en el campo.

El 18 de abril, mientras se dirigía a visitar una escuela preuniversitaria en la provincia de Tahn Hoa, a unos 30 kilómetros, la delegación fue víctima de un salvaje ataque aéreo. Fueron atacados reiteradamente por dos aviones yanquis. En los alrededores no existía ningún objetivo militar, solo una pequeña aldea a unos 50 metros con no más de una docena de casas. Como resultado de la agresión, perdió el brazo un estudiante dominicano, murió instantáneamente Nguyen An Hao y fue herido de muerte José Rafael Varona.

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Poco tiempo después el estudiante dominicano relató lo siguiente:

Íbamos a visitar esa mañana un preuniversitario, y una delegación de ese centro, formada por dos compañeros, llegó a donde nos encontrábamos para acompañarnos en el viaje. Salimos aproximadamente a las nueve de la mañana en un jeep. Bastante alegres, los compañeros insistían en que les cantáramos, y en el trayecto cantamos y le recitamos poemas que el eficiente compañero Nguyen An Hao traducía simultáneamente.

Habían transcurrido treinta minutos aproximadamente. Transitábamos durante todo ese tiempo a través de una zona bastante clara cuando sentimos el ruido de motores, enseguida nos percatamos de que se trataba de aviones muy veloces, el ruido se acercaba en forma increíblemente rápida. El chofer paró en seco el vehículo. Nos desmontamos los nueve que viajábamos en el jeep; es decir, los tres estudiantes vietnamitas que fueron a recibirnos, nuestra delegación latinoamericana, el compañero An Hao, un dirigente de la juventud de la provincia de Than Hoa y el chofer. Al salir del carro vimos que en ese momento dos aviones del tipo Phantom cruzaban por sobre nuestras cabezas. Por instinto todos echamos a correr hacia la banda derecha, hacia un arrozal poco crecido y completamente encharcado; íbamos corriendo y veíamos que los aviones empezaron a girar; el ataque era inevitable. Los aviones venían en picada a gran velocidad, solo se distinguía un punto central y dos líneas plegadas y un ruido que nos hacía recordar las películas de guerra que habíamos visto cuando éramos muchachos… Solo vi cuatro destellos que se habían despegado de las alas de un avión. No podía precisar con exactitud de qué se trataba.

El puertorriqueño y yo caímos juntos y juntos fuimos bañados por el fango y la hierba que nos cubría la cabeza con el primer impacto, que había caído muy cerca, levantando verdaderamente columnas de fango rellenos de metralla. Inmediatamente otro de los aviones disparó una ráfaga de muerte, picando también a 15 o 20 metros de donde nos encontrábamos.

Empezamos a avanzar arrastrándonos por sobre el fango. Lo que sentía y lo que pensaba era indescriptible.

Cuando uno ve la muerte tan cerca y además sube la indignación porque se ve atacado a mansalva, sin nada con que defenderse, sin haber objetivos militares ni cercanos ni lejanos ni siquiera unidades de milicias que tal vez no le hubieran permitido el lujo de volar en rasante como lo hicieron a sabiendas de que atacaban a un grupo de civiles. A mi mente acudieron los sucesos del Puente Duarte, en 1965, cuando la aviación de Wessin ametralló en forma indiscriminada la cuidad de Santo Domingo.

Seguíamos avanzando con dificultad por sobre el fango, viendo como los aviones se colocaban de nuevo en posición de ataque. Sentíamos otra descarga y de inmediato otra más…la última.

Al levantar la cabeza vi mi brazo y no sabía realmente si era mi brazo derecho u otra cosa. Solamente veía carne desgarrada y un hueso salido como lanza; fango y hierba que abandonaban sus colores de origen para enrojarse por la sangre que corría libremente en todas direcciones. Al incorporarme sentí un fuerte dolor, y más fuerte que mi dolor fue la impresión de ver boca arriba, ojos volteados, con un hoyo manando sangre al lado derecho de la cabeza, a José Varona, compañero en el precipitado viaje a rastras por el arrozal; mi primer pensamiento fue que «FUPI» estaba muerto. A su lado yacía el compañero An Hao, en idéntica posición, mirando al cielo en medio de un charco de sangre. Su cuerpo se tornaba cadáver ante mis ojos. No había en él aliento de vida.

Desde el mismo momento de la agresión, se dedicaron para la atención de Fefel todos los recursos disponibles. Fue conducido a un hospital en la provincia Than Hoa, y enviaron desde Hanoi al equipo y personal científico que lo atendería constantemente.

La primera operación permitió limpiar la gravísima herida causada en la parte superior de la cabeza por la metralla yanqui y controlar la hemorragia. Los alrededores del hospital —pese a estar evacuada la cuidad de Than Hoa— eran bombardeados, lo que obligó a trasladar al herido hacia una pequeña aldea de las proximidades, donde se le practicarían la segunda y tercera cirugías. La cuarta fue la más importante y culminaba con éxito. A las cuatro horas de estarse desarrollándola operación, comenzó un ataque de la aviación norteamericana a la aldea que lanzó al personal médico por el suelo. Instantes después continuaron con la intervención quirúrgica. Al terminarse la operación sobrevino un nuevo ataque. Hubo que trasladarlo a una trinchera abierta en una zanja, donde contaba con una capa de tierra como protección. Allí permanecerían durante seis días, periodo de tiempo durante el cual los médicos y enfermeras abanicaban a Fefel y le aplicaban compresas de agua para refrescar su cuerpo, para mitigar las altísimas temperaturas.

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Trasladado finalmente a Hanoi, se confirmó que la infección de la herida se había generalizado a todo el cerebro, como consecuencia de la permanencia en la trinchera. Se decidió que fuera trasladado con urgencia fuera del país, donde no existían los riesgos que también correría en Hanoi.

El 25 de mayo llegó a Moscú, procedente de Hanoi, el avión con el estudiante puertorriqueño gravemente herido. Destacados especialistas soviéticos se hicieron cargo desde ese momento del camarada Fefel, logrando mantener despierto en él un débil hálito de vida a pesar de que la herida cubría la cuarta parte de la cabeza. Durante los once meses y seis días transcurridos entre la agresión y el momento de su muerte, permaneció inconsciente. Nunca sabremos qué buscaban sus ojos inquietos con tanta ansiedad por las paredes de la habitación del hospital, ni qué pretendía decir cuando sus labios se crispaban como si fuera a hablar.

Sobre el suelo del Vietnam en lucha, la sangre de estudiantes latinoamericanos derramada por las acciones criminales de los imperialistas se mezcló con la de sus amigos vietnamitas.

Poco antes de morir, a su casa en Puerto Rico llegó una irónica carta donde se le exigía presentarse para ser enrolado en las filas de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, las mismas fuerzas imperialistas que segaron su joven vida.

El 24 de marzo de 1968 falleció Varona en Moscú, a los 21 años de edad. Decenas de declaraciones se emitieron en distintas partes del mundo, condenando aquel crimen, especialmente en Vietnam, la Unión Soviética, Cuba y Puerto Rico.

Al conocerse en La Habana la noticia, el secretariado permanente de la OCLAE, emitió inmediatamente una declaración:

Ahora la juventud universitaria latinoamericana tiene un nuevo nombre a sumar a la larga lista de sus héroes y mártires, y el imperialismo yanqui un nuevo crimen que agregar, a la sarta interminable de sus atrocidades. Con la muerte de Varona, la juventud latinoamericana aporta su cuota de sangre a la gran batalla que el heroico pueblo vietnamita libra, día a día, contra el agresor norteamericano y sus títeres. La sangre de la juventud de este continente se une así, sobre el mismo suelo, a los inmortales combatientes de ese país del sudeste asiático, simbolizando la profunda unidad de nuestros pueblos en la causa de la liberación de la humanidad del yugo opresor del imperialismo.

En la misma declaración se hizo un llamado a las organizaciones estudiantiles miembros de la OCLAE y a toda su juventud universitaria de nuestra América y del mundo a «rendir tributo de recordación al inolvidable compañero José Varona, mártir genuino del estudiantado latinoamericano caído en el cumplimiento de su deber internacionalista así como el compañero Nguyen».

Años más tarde, por acuerdo unánime del Sexto Congreso Latinoamericano de Estudiantes (VI CLAE), se instituyó la Orden «José Rafael Varona», como el máximo galardón que otorga la OCLAE a «personalidades y organizaciones en reconocimiento a sus relevantes méritos en la lucha general de los pueblos contra el imperialismo y sus secuelas de dominación y opresión, y por su plena liberación e independencia nacionales».

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 [1]Fundada en 1962, es una organización que trabajaba por la integración de los estudiantes de escuelas secundarias a la lucha por la independencia de Puerto Rico y por el desarrollo del movimiento estudiantil de ese nivel.

Nota: Este texto forma parte del próximo libro del proyecto editorial Juventudes en Cuba de la editorial Ocean Sur.

El chico con hacha de piedra y el tema de la unidad

02 (2)Por Ana María Cabrera Marsden y Rodolfo Romero Reyes

Le sorprendió mucho el hacha de piedra con la forma de la bandera cubana. La miraba de arriba a abajo; la tomaba en sus manos mientras hablaba con el grupo. Fernando José Rodríguez vive en Cuba. Es argentino y tiene 34 años. Enamorado de la nación caribeña, trabaja en La Habana en el Taller de Transformación Integral de Alamar. Viene del movimiento Patria Grande y es docente en comunicación. Hace unos meses participó de un debate en el que varios jóvenes pusieron a dialogar sus experiencias con un texto de Fernando Martínez Heredia. El debate íntegro de este taller lo publicará Ocean Sur como parte de su Proyecto Editorial Juventudes en Cuba. Por el momento, les adelantamos algunas de las ideas que, como parte del taller, expuso Fernando.

Uno establece prioridades en relación a determinadas problemáticas. Uno de los retos que tenemos hoy es poder generar estrategias o propuestas que tiendan a romper el aislamiento.

Me gustaría ilustrar con el ejemplo,con Macri en Argentina, donde las personas realmente querían que algo cambiara y la falta de información y de formación política terminó generando lo que ya sabemos que ocurrió.

En ese contexto, desde hace unos años, hay organizaciones que han venido planteando el tema de la unidad. Sería muy largo explicar, por ejemplo, qué ocurre con la izquierda en Argentina, que ha vivido procesos de represión, de desaparición, después de fragmentación y —con las democracias— de coaptación o ruptura. El año pasado, se llegó a unas elecciones en las que el candidato del kirchnerismo venía del melenismo, que es en realidad del neoliberalismo, pero es menos de derecha que Macri. En ese proceso se evidenció la falta de unidad.

Patria Grande, mi movimiento, llamó a votar a Scioli en las elecciones y no por coincidencia ideológica, sino como estrategia para que no ganara el adversario. La situación se puso un poco complicada, porque cómo vas a llamar a votar a un candidato que tienes catalogado de derecha, solo para que no asuma uno peor. En cambio, otros movimientos llamaron a votar en blanco, a no votar. ¿Cómo entonces, en medio de ese contexto, se genera unidad? Uno mira lo que pasa en Venezuela, como se libra una batalla interna y a la vez se intenta generar unidad hacia afuera, y nos damos cuenta de que es complicadísimo.

En Argentina parte de la izquierda llamó a votar en blanco, varias organizaciones se plegaron a esa propuesta y Macri ganó por 800 mil votos cuando las organizaciones de izquierda podían capitalizar y movilizar un millón y medio. La responsabilidad recae sobre la fragmentación de la intelectualidad, los movimientos populares y en cómo el kirchnerismo llevó hasta último momento la construcción de su candidato. Con este escenario, ¿cómo generar unidad en los pequeños espacios sin incurrir en sectarismo? ¿Hasta dónde uno puede hacer concesiones a su ideología, sus valores, con vistas a salir hacia adelante?

Por eso Cuba es un ejemplo, no solo de unidad interna, sino de unidad hacia otras fronteras. La humanidad es una, y como dijo el poeta, periodista y revolucionario, en definitiva, esa es nuestra Patria. Nadie es mejor o peor en función de su nacionalidad, no hay pueblos o naciones predestinadas a ser mejores o peores que otras. La vida de las personas vale lo mismo. El Che lo decía claro también: sentir cualquier injusticia, en cualquier parte, como propia. Ese es el primer impulso esencial de la solidaridad entre los pueblos.

Cuba es el más alto ejemplo, en cada circunstancia, de lo que puede hacer un pueblo digno para tender su mano a quienes lo necesitan.

Pero además de ese impulso esencial, básico, que nos mueve a querer que las cosas sean diferentes para nosotros y para el mundo, no hay posibilidades de salvación individual o de liberación efectiva, si la mayoría de los pueblos se encuentran desorganizados, fragmentados y dominados.

Las posibilidades de derrotar esta ofensiva imperial que vivimos ahora, por ejemplo, se fundan en la unidad de nuestros pueblos. Como también pasó en América del Sur hace doscientos años: sin un proyecto continental no hubiera sido posible la liberación de lo que luego fue Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela. Ese proyecto quedó trunco por la acción de las oligarquías y nacientes burguesías locales, que se asociaron al imperialismo en contra del proyecto popular liderado por Bolívar. Nos toca a nosotros y a nosotras, en esta nueva etapa, construir la segunda y definitiva independencia a partir de la unidad y la organización de nuestros pueblos.

Mis verdades tienen que ir más allá

Camilo Santiesteban Torres, ingeniero químico.

Camilo Santiesteban Torres, ingeniero químico.

Por Yohana Lezcano y Rodolfo Romero

Con una mezcla confusa de desconcierto y libertad en su rostro, tras haber solicitado oficialmente la baja laboral de su centro de trabajo, donde se desempeña desde que se graduó de la CUJAE hace cinco años, Camilo habló con nosotros a camisa quitada. Agobiado por la situación económica actual, sus responsabilidades con sus padres y con la familia que quiere o pretende formar, con una visión romántica, casi en peligro de extinción, del proceso revolucionario en Cuba, este joven –que lleva su nombre en honor a Camilo Cienfuegos por haber nacido un 29 de octubre– nos habla acerca de cómo siente a Cuba hoy y cómo la pretende mañana.

El paso de la adolescencia a la juventud yo apenas lo percibí. Salí del preuniversitario directo para la universidad. En primer año de Ingeniería Química, con diecisiete años, me sentía todavía un adolescente. Creo que fue a finales de segundo cuando empecé a tener conciencia de que yo era joven y que estaba adquiriendo cierta adultez. Hasta ese entonces era como cualquier adolescente. Por tanto, casi nunca hacía reflexiones profundas acerca de nada.
Mi inteligencia emocional tampoco había crecido lo suficiente. Mi familia no tenía muchos recursos, vivíamos en una situación económica media tirando para mala. Mi «día cero» era graduarme, no tenía planes de futuro. Mi único objetivo era culminar la carrera. No fui ni un santurrón ni tampoco un parrandero. Por suerte, académicamente siempre me comporté bastante bien.
La vida universitaria, la beca y el hecho de convivir con personas de diferentes provincias, con distintas costumbres y modos de tratar a los demás, para mí fue una gran escuela. Yo nací en La Habana, y mi familia, que vive aquí desde los años ochentas, me dio una educación tradicional, al estilo oriental, pero a la vez, correcta, educada, profesando un gran respeto hacia la mujer. Entonces la universidad me hizo incorporar una visión distinta.
No creo que tenga que ver exclusivamente con una pérdida de valores, sino con las costumbres y las normas de comportamiento de diferentes provincias. Los pinareños eran de una forma, los habaneros de otra, los matanceros… Igual, todo aquello me era indiferente, mi plan era graduarme, incluso mis noviazgos no los veía como algo de larga duración.
Después que me gradué llegué a la vida laboral con un nivel de realismo enorme, con sueños, ideas, y estaba dispuesto sobre todo a escuchar. Me di cuenta que tenía que aprender, tanto en lo personal–emocional como en lo laboral–académico. Ahí surgió otra cosa. Uno de los problemas de los métodos de educación en Cuba es que los alumnos no llegan a visualizar el contenido y no le ven la aplicación práctica a lo que están haciendo.
Entonces, cuando empecé a trabajar, me di cuenta de que estaba perdido. No sabía llevar a la práctica mis conocimientos. Ese es uno de los problemas que tenemos los jóvenes una vez que nos graduamos.
Otro es la situación económica. Uno, como cualquier profesional que desea tener éxito, se propone por un lado la superación, pero la remuneración de aquellos que estudiamos no es buena a veces. Entonces algunos piensan: «¿Para qué voy a estudiar si de todas maneras no lograré ser exitoso?».
Ahora la entrada de información no es tan poca como solía ser antes. El acceso a diferentes materiales de factura extranjera, te permite ver lo mejor de cada industria y de cada rama. Así, es normal que las personas empiecen a hacer comparaciones. Y cuando uno se compara, pocas veces lo hace con la visión de que somos un país tercermundista.
Los jóvenes de nuestra generación tenemos padres con edades que oscilan entre los cuarenta y nueve y los cincuenta y cinco años. Personas adultas que a veces tienen achaques y problemas
de salud. Hay algunos que se complican con los padres enfermos y tienen que mantener su casa económicamente. Entonces se ven obligados a postergar sus planes de formación profesional.
Existe también otra problemática muy seria: el fondo habitacional de la población está muy deteriorado. Entonces el poco dinero que uno se busca es para reparar la vivienda o para retribuir el sacrificio que hicieron nuestros padres.
En estas circunstancias resulta muy difícil, cuando se habla de planes futuros, pensar en crear una familia. El matrimonio es complicado, hasta las bodas son caras. Luego, te casas, y no tienes una vivienda para ti y tu pareja. El idilio juvenil que marcha muy rápido hasta los veintidós años, desaparece cuando tienes veinticinco o veintiséis, y estás insertado en el mundo del trabajador estatal.
Gracias precisamente a los logros que tenemos en Cuba, en materia de educación, en condiciones promedio, cualquiera que nazca en Cuba avanza muy rápido hasta los veintidós años: primaria, secundaria, pre y universidad. Tal es así que uno piensa que puede seguir avanzando de la misma manera. Entonces, cuando empiezas a trabajar, te das cuenta que eso no va a ser así.
Ante este escenario, ¿cuáles son las alternativas que hemos encontrado para forjar nuestro futuro?
Un grupo importante ha decidido irse del país y eso es muy triste. Actualmente ya no es que exista «robo de cerebro» sino una fuga voluntaria, lo cual es mucho peor. La mayoría son profesionales que tienen familia en el exterior, y otros se van a probar suerte o mediante contratos de trabajo. Salen, como se dice en la calle, «a lucharla». Generalmente, los profesionales buscan contratarse en lo que se formaron, aunque tengan que hacer algo temporal como trabajar en un bar o en determinado servicio público.
Con todas las nuevas leyes y aperturas, otros argumentan que ya no es factible irse definitivo del país. Lo mejor es trabajar fuera del país y hacer cierto capital para luego retornar. La idea es hacer un negocio o mantener un contrato de trabajo, estar fuera la mayor parte del tiempo posible, pero venir a Cuba de vacaciones y ayudar a la familia.
En los más jóvenes hay más ímpetu, por tanto, el impacto lo ven menos fuerte. Tienen tiempo para asimilar los contratiempos, y el espíritu para adaptarse. Es una pena que el Estado no sea más inteligente para aprovechar todo ese potencial en el desarrollo de lo que llamamos la empresa estatal socialista.
Si queremos socialismo tenemos que fortalecer la empresa socialista, pero es una pena que sea el sector privado el que utilice esa fuerza calificada de forma más eficaz y eficiente, y es increíble que tengan recursos para pagarle mejor que el Estado. Por eso, la motivación laboral para muchos está en el sector privado.
Ahora mismo acabo de pedir la baja de mi centro laboral. Aunque suene irrealizable, yo realmente creo en el proceso socialista y quisiera volverme un profesional exitoso, y más que eso, una persona exitosa. Tener una familia, tener una casa propia –no la de tus padres–. No tiene que ser una mansión, pero que te permita tener una familia funcional, con independencia y estabilidad económica. Es difícil ver cómo en una casa los problemas económicos se hacen tan acuciantes que hacen que se desestabilicen emocionalmente los que en ella viven. Es muy doloroso ver que no puedes darle a un hijo lo que él necesita desde el punto de vista material. Obviamente, quisiera ser competente, pero dentro de mi país.
Ahora, para eso estaría dispuesto a buscar ese éxito afuera y después volver. Como dice Nancy Morejón, «…la Patria no se lleva en la suela de los zapatos». A nuestra generación nos formaron como personas que debemos retribuir todo lo aprendido en la sociedad. Sin embargo, si en Cuba no puedo triunfar, me iré a buscar fortuna, pero para siempre volver.
Yo estoy con una muchacha con la que quiero formar una familia. Nuestras familias son normales, cada cual en su casa, cuatro personas en cada una, todos trabajan con un salario promedio y no se dan casi ningún lujo. Con lo que tenemos hoy no podemos ni siquiera arreglar nuestro cuarto, mucho menos soñar con casa propia. Así que si tuviera que escoger entre ejercer mi profesión y otro trabajo que me genere dividendos, escogería un trabajo que me remunere y me permita resolver al menos más del cincuenta por ciento de mis necesidades actuales. Lo haría por un espacio de tiempo determinado, y luego volvería a ejercer mi profesión, porque lo que no podría ser nunca es un profesional frustrado.
Tampoco quisiera frustrarme políticamente. Hace un tiempo atrás yo no tenía muy claro lo que era ser militante de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), mucho menos le metía cabeza al hecho de ser de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) o la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Simplemente yo hacía y cumplía con lo que me habían dicho que estaba bien y era lo correcto. Yo reproducía determinada conducta, y no indagaba en el porqué de la militancia. Un día alguien me increpó: «¿Por qué tú defiendes la Revolución? ¿Por qué dices que eres un joven comunista?». Esa conversación fue en la CUJAE. No olvido sus dos últimas preguntas: «¿Tú sabes lo que es el comunismo? ¿Te has leído siquiera el Manifiesto Comunista?». Las dos respuestas fueron «No» y «No».
Yo tenía naturalizado que eso era lo que estaba bien, ser militante. Pero a partir de ese momento empecé a buscar otros argumentos más allá de la educación y la salud gratuitas, o la comparación «antes del 59 y después del 59». Me di cuenta que aquellos, aunque eran argumentos reales –que hay que tenerlos presentes y no se deben olvidar–, no eran mis verdades.
Hoy entiendo que esta sociedad, que se ha formado con el tiempo, es la mejor. Es cierto que fuimos malísimos aplicando estrategias económicas, pero en cambio hemos alcanzado un alto índice de instrucción y de justicia social. La voluntad política del gobierno siempre ha sido buena. Sí, porque un gobierno que te pone una computadora para tres niños en la punta de una loma, no puede ser un gobierno malo. Existen los errores y todo el mundo los conoce, pero hay que mirar un poco más allá. Uno habla sobre estos temas y mucha gente piensa que es «muela» o que uno está vacío y no tiene estos compromisos. Pero son realidades que nadie te puede negar.
Mis verdades, tienen que ir como las de mi generación, un poquito más allá. Un socialismo que se traduzca en oportunidades para todos. Yo quiero un país donde las personas puedan caminar con el orgullo de haber nacido en Cuba. Cubanos que se sientan identificados con sus valores, que vean la continuidad histórica de la Revolución en su día a día, que se les ericen los pelos cuando hablen y reconozcan el sacrificio de nuestros padres y abuelos. Yo quiero formar parte de un país que prospere, dentro de un sistema mucho más justo y donde la gente sea feliz.

Esta entrevista se publicó por vez primera en el libro «Narrar Cuba. Sueño joven de un país», que pertenece a la colección Juventudes en Cuba, de la editorial Ocean Sur.

Lo que quizás no sabes del MST

Sebastian Salgado y el MST

Por Ana María Cabrera Marsden y Rodolfo Romero Reyes

Próximamente se presentará en La Habana un nuevo libro de la editorial Ocean Sur que dialoga con reflexiones de Fernando Martínez Heredia acerca de los retos que tienen hoy los jóvenes en América Latina. Aunque su objetivo no es profundizar en los diferentes movimientos sociales que existen en la región, el libro forma parte del proyecto editorial Juventudes en Cuba incluye, como parte de sus debates, una reflexión en torno al MST en Brasil. Es la intervención que vía email nos envió Judite Santos.

Quiero aclarar algunas cuestiones referentes al MST y su funcionamiento. El MST es un movimiento muy conocido internacionalmente, pero muchas veces hay equívocos por no conocer su dinámica de funcionamiento, por eso me gustaría socializar un poquito qué es lo que somos.

Se trata de un movimiento popular, organizado en casi todo el territorio brasileño, con presencia en 24 de los 27 estados y cerca de 2 mil municipios. El MST es un movimiento político y social de orientación marxista, que organiza los campesinos para luchar por tierra, reforma agraria y la transformación social (socialismo). Su fundación fue en el año de 1984 en el inicio de la redemocratización de Brasil, donde hacía falta un movimiento de carácter popular que organizase a las bases campesinas para luchar contra la extrema concentración de la tierra en Brasil y que devolviese al campesino la posibilidad de volver al campo, ya que en las décadas anteriores hubo un gran éxodo rural en Brasil, donde más de 30 millones de personas se trasladaron hacia la ciudad en busca de empleo.

Hoy somos una base social de 1,5 millón de personas sumados a las 350 mil familias asentadas que ya conquistaron sus tierras por medio de la lucha y las 120 mil familias acampadas. Las familias asentadas, aún después de tener sus tierras conquistadas siguen perteneciendo al Movimiento por ser el MST el organizador del proceso de lucha y de conquistas de esas familias, pero también por una cuestión de identidad colectiva.

El MST tiene una estructura de participación y una dirección colectiva basada en el centralismo democrático. Toda la base del MST está insertada en un determinado espacio organizativo, desde los núcleos de base hasta la dirección nacional.  La mayor instancia del MST es el Congreso Nacional que se reúne cada 5 años y tiene la participación de 15 mil militantes. En nuestro último congreso, en 2014, aprobamos el lema «Lutar, Construir Reforma Agraria Popular».

Además del Congreso Nacional, el MST realiza cada 2 años un encuentro nacional donde se evalúan y actualizan las líneas políticas deliberadas en el Congreso.

Por ser un movimiento de expresión nacional bastante combativo, el MST se convirtió en un referente de la lucha en nuestro país y también conquistó bastante respeto en el escenario brasileño.

En nuestros territorios conquistados se construyen escuelas, espacios de entretenimiento para la juventud, cooperativas de producción agrícola y pequeñas agroindustrias. Luchamos por la salud y la educación gratuita y de calidad. Defendemos que todos los Sin tierras tienen que estudiar, por eso también desarrollamos campañas de alfabetización y utilizamos el método cubano Yo sí puedo, logrando erradicar el analfabetismo en muchas áreas de asentamientos. Luchamos también para que todo militante del MST tenga derecho de estudiar en la universidad.

Defendemos un modelo de agricultura basado en la matriz tecnológica de la agroecología, en combate al modelo de agricultura vigente en Brasil que es el modelo del «agronegocio», donde se utiliza el paquete de las transnacionales como modelo para la agricultura. Hoy tenemos 100 cooperativas, 96 agroindustrias y 1,9 mil asociaciones donde organizamos nuestra propia producción y generación de renta para las familias.

Tenemos una escuela de formación de cuadros, la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF), muy conocida por los movimientos populares de Latinoamérica y el mundo. Nuestra escuela se ha convertido en la mayor experiencia de formación política para los movimientos sociales en la última década.

El MST desde su inicio ha aprendido la práctica de la solidaridad internacional. Somos la síntesis de muchas experiencias acumuladas en nuestra caminada, gracias al apoyo y la solidaridad de muchos países y pueblos hermanos. Hoy, tenemos brigadas de militantes internacionalistas en Haití, Venezuela, Cuba, Centroamérica y Suráfrica, porque creemos que la lucha contra el sistema capitalista tiene que ser internacionalizada. Por eso hacemos nuestros esfuerzos para llevar nuestra solidaridad de clase.

Gracias a la Revolución cubana hemos formado centros de médicos populares que hoy atienden a la población más pobre de nuestro país. Somos eternamente gratos a Cuba y su pueblo. El MST hoy no se limita a la lucha por la tierra, sino que desarrolla una lucha contra el sistema global capitalista que está fuertemente enraizado. Luchamos por una sociedad justa y seguiremos luchando hasta que todos y todas  seamos libres.

La guerrilla de bloguer@s

Blogueros cubanos en el río Toa, el más caudaloso de Cuba.

Blogueros cubanos en el río Toa, el más caudaloso de Cuba.

Por Yohana Lezcano y Rodolfo Romero

La siguiente entrevista tiene el ruido de las teclas, el sabor a selva y a río, un olor innegable a post. ¿Qué es un post? Preguntarían los que no son «nativos digitales». La respuesta más sencilla: todo lo que se publica en blogs y redes sociales en Internet. István Ojeda tiene una bitácora que lleva por nombre Cuba izquierda. Hicimos un trato: como respuestas a nuestras preguntas, él escribiría un post. Si el libro finalmente se publica, es decir, si usted lo está leyendo ahora, este bloguero de Las Tunas publicaría estas líneas en su espacio digital, a disposición de miles de usuarios que quizás no puedan acceder a la versión impresa. Sería una manera más de mezclar estos mundos tan unidos irremediablemente: el virtual y el off line. En la «Guerrilla de Bloguer@s» participan, dos veces al año, alrededor de cuarenta jóvenes de diferentes provincias del país. A diario interactúan entre ellos virtualmente. En ocasiones participan en iniciativas en espacios físicos como «La suelta de libros» (para promover la lectura y el intercambio de volúmenes) y «Una ronda por Teresita» (en homenaje a Teresita Fernández). Después de subir el Turquino en julio de 2012, han realizado excursiones comunitarias a El Nicho, la Ciénaga de Zapata, el Valle de Viñales, Topes de Collantes, la ciudad de Camagüey y Baracoa, además de un encuentro–taller que celebraron en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. Por eso, si usted no tiene acceso o no ha consultado todavía este blog, le adelantamos que se ve de la siguiente manera:

UNA HISTORIA CON MUCHOS CAMINOS

Por István Ojeda

Quizás lo mejor que tiene esta historia es que nadie puede adjudicarse absolutamente la autoría de un guión único. Así que, seguramente, cuando preguntas ¿cómo y cuándo surgió la guerrilla de blogueros?, te sorprenderán las diversas maneras de contarlo.
El consenso estaría en que, en el ascenso al Turquino, «esta cosa» ya se hizo material, pues hasta entonces había discurrido por las fi bras ópticas o las líneas telefónicas que soportan la red en Cuba. Yo, como en muchas otras cosas de la vida, llegué sin tener una idea clara de qué era eso en lo que me estaba metiendo. Fue la fe en Karina (bloguera de Holguín) el motivo sufi ciente para enrolarme en la expedición que suponía era únicamente para vencer el reto de llegar hasta la montaña más alta de Cuba.
Con el tiempo, fui descubriendo el valor, hasta sentimental si se quiere, de tener un blog y de hacerlo con un sentido menos panfl etario, pero defi nitivamente mejor. Eso lo comencé a aprender bajo las estrellas de la ruidosa y hasta agresiva playa de Río la Mula; andando los incógnitos senderos de Los Morones y hasta perdiendo el aliento, montaña arriba, hasta quedarme a solas con José Martí, a 1 974 metros sobre el nivel del mar.
Luego, la guerrilla comenzó a tener conciencia de sí misma en la red, en los intercambios en el chat que alimentaron las ganas de encontrarnos otra vez en algún lugar de la Isla. Porque ese es otro de los valores: hemos visto al país con otros ojos. Puedo asegurar que en los últimos tres años he recorrido más kilómetros que en el resto de mi vida y si hoy puedo dar fe de cómo viven los cubanos más allá de la patria chica, ha sido gracias a haberlos visto con la mirada de la gente que suda y casi siempre anda a pie.
Hay quien dice que solo somos un grupo de gente que «turistea » cada seis meses o más. Tal vez tengan razón, pero cada vez que cuento cómo lo hacemos: juntando los pesos uno a uno, durmiendo donde se pueda (unas veces mejor que otras), nacionales y foráneos se asombran de lo que hemos logrado.
Somos un grupo variopinto donde los periodistas somos unos pocos. Nos unen las ganas de contar lo que nos pasa y lo que le ocurre al país. Debatimos y nos damos el lujo de no estar de acuerdo los unos con los otros. Así que la organización a lo interno ha ido creciendo paulatinamente. Más de una vez, hay que decirlo, nos han acechado fantasmas que casi nos inmovilizan.
Si tuviera que establecer los principios, me guiaría por aquello que escribió la Tunie (se refiere a la bloguera camagüeyana María Antonieta Colunga) en un papelito allá en el Centro Martin Luther King Jr.:

Somos una comunidad espiritualmente joven, conectada por lazos de amistad y por la pasión común de escribir de la Cuba que vivimos a diario, con sus luces y sombras. Somos, por tanto, diversos en materia de geografía, lenguajes, prioridades temáticas, tempos editoriales, tonos… Pero en esa diversidad feliz que resulta de la combinación de nuestras individualidades y que respetamos con celo y animamos con gozo, algo nos imanta y nuclea invariablemente: la intención de que nuestros mensajes respalden la soberanía y la justicia social de esta nación que ampara los sueños que nos mueven. Nos une por encima de todo el amor a Cuba, que es también a pequeña, pero imprescindible escala, el amor que existe entre nosotros, y un irrenunciable optimismo por los futuros individuales y colectivos hacia los que enrumba este país donde hemos elegido echar vida y letras.

Aprendimos que las institucionalizaciones no son siempre necesarias, o al menos no al estilo que conocíamos, y que el antídoto para sobrevivir, creo, ha estado en que los liderazgos no han sido impuestos, sino sobre la base de confiar y compartir valores o principios, descubriéndole a cada cual sus capacidades. Igual, no hemos estado exentos de planes no declarados de hacerse con el control o el crédito de la obra común. Pero, al menos, siempre hemos conservado la lucidez suficiente para, no sin algunas heridas y exabruptos, seguir adelante.
El futuro de la guerrilla, como el de Cuba, es un enigma, porque está sujeto a muchas variables. Tal vez con los años, los hijos, los proyectos de vida individuales, llegue el día en que ya no podamos reunirnos como ahora. Pero con la misma fe en que seguí a Karina para subir al Turquino, seguiré creyendo que es posible mantenernos cerca al menos por la red y juntarnos de a poquitos y crear, entre todos, un país mejor, que pasa por ser también mejores cada uno de nosotros.

Esta entrevista se publicó por vez primera en el libro «Narrar Cuba. Sueño joven de un país», que pertenece a la colección Juventudes en Cuba, de la editorial Ocean Sur.

Siete retos para los jóvenes de América Latina

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Por Fernando Martínez Heredia

El tema que me han pedido desarrollar me parece muy procedente, porque junto al conocimiento y la confraternidad entre los participantes, las acciones de solidaridad y demás actividades, estos Festivales son también espacios donde se examinan y debaten cuestiones fundamentales para los jóvenes que trabajan por la creación de un mundo de justicia y libertad para todos.

Quisiera exponer siete desafíos que a mi juicio deben enfrentar los jóvenes de América Latina y el Caribe. Sin dudas hay más retos, y la formulación general no puede tener en cuenta los ámbitos específicos que condicionan la identificación de las realidades, los modos de comprender y sentir, las contradicciones y los conflictos que se enfrentan, los objetivos e instrumentos que se privilegian. Además, seré sintético, como corresponde al tiempo disponible.

Primer reto. Los jóvenes tienen características generales en cuanto tales que no debemos olvidar nunca; ellas siempre son importantes, y pueden llegar a ser decisivas. Pero no existen los jóvenes en general. El primer reto parte de la realidad de que una gran parte de los jóvenes de nuestro continente se enfrentan todos los días al desafío de sobrevivir y encontrar un lugar en el mundo. Padecen hambre o carecen de alimentación suficiente, de servicios de educación y de salud, de empleo, y viven en familias precarias. Saben del trabajo infantil, de la delincuencia de los pobres, la prostitución y el consumo de drogas baratas. Esos jóvenes no están aquí, no conocen lo que hacemos ni nuestros escritos —muchos no podrían leerlos—, ni es probable que les interesen. No suelen votar, porque no sienten suya la política que existe en sus países. Por consiguiente, muchos pueden ser acarreados precisamente por los culpables de la vida que llevan, si les resuelven algunas de sus necesidades perentorias.

El primer reto ante nosotros es romper esa terrible división, que es una de las fuerzas mayores de los enemigos de la Humanidad. Debemos ir a ellos, conocerlos realmente en vez de creer que los representamos, acompañarlos en sus vidas y sus afanes, con el fin de ayudarlos a ser rebeldes y pelear por ideales, ganarnos el derecho a conducirlos en el prolongado y difícil proceso de cambiar sus vidas y las sociedades de explotación, desigualdades, exclusión y opresiones.

Segundo reto. Lograr combinar las tareas y las satisfacciones personales —el amor, el trabajo, el estudio, las inclinaciones particulares— con intereses cívicos, con la necesidad de conocer el mundo en que vivimos y sus problemas. Darles lugar en nosotros a ideales que hacen crecer las dimensiones humanas y brindan una riqueza personal que trasciende, y lograr gobernar la esfera de los egoísmos. Ir más allá de las reacciones esporádicas ante incidentes y los entusiasmos efímeros.

Tercer reto. Tomar conciencia de las claves fundamentales del sistema capitalista y la manera de vivir que genera, difunde y mantiene. Conocer sus hechos, sus instrumentos, su criminalidad despiadada, su conversión de los individuos en agresores entre sí y en indiferentes ante las desgracias ajenas. Conocer las funciones sociales de dominación que cumplen los atractivos que en realidad posee el capitalismo, y que ese sistema constituye un complejo orgánico, lo cual permitirá situarse mejor ante sus manifestaciones. Salir del control que ejerce su sistema de información, formación de opinión pública, entretenimiento y gustos. Pensar las contradicciones y los conflictos, y buscar sus causas. Pero no basta con conocer: en realidad los sentimientos que concentran energías y fomentan motivaciones, y que desatan actitudes y actuaciones, son tan importantes como las ideas y los conocimientos.

Cuarto reto. Vivir la conciencia que se está adquiriendo como un conjunto de ideales, convicciones e ideas que llevan a la actuación. Reunir las capacidades personales, la necesidad de participar en causas justas, los deseos de goces y satisfacciones, los impulsos de rebeldía, los conocimientos que se adquieren, para integrar con el conjunto a una joven o un joven consciente y rebelde.

Quinto reto. Darles permanencia a esas transformaciones conquistadas y convertirlas en guía de los juicios y motor de la actividad, tanto de la vida cotidiana como de las jornadas trascendentes. Es decir, aprender a luchar y a ser militante revolucionario.

 

Sexto reto. Poner una gran parte de sus esfuerzos, capacidades y sentimientos dentro del cauce de un colectivo, lo que implica ceder una parte del albedrío y de la libertad del individuo, al mismo tiempo que puede crear un instrumento organizativo que multiplique las fuerzas y las cualidades de cada uno y las posibilidades de victoria. Las organizaciones revolucionarias no son una panacea: sus realidades y su historia lo muestran claramente. Por eso, precisamente, no temer a entrar en ellas constituye un reto para los jóvenes revolucionarios, y aún mayor es el reto de no estar dentro de ellas para perder cualidades y asumir rituales vacíos, sino para contribuir a transformarlas en nuevas organizaciones capaces de ser realmente revolucionarias. El desafío está en comprender que la organización y la política son indispensables, y a partir de esa comprensión y la actuación consecuente inventar nuevas formas revolucionarias eficaces de hacer política.

Séptimo reto. Practicar la solidaridad como ley primera de los intercambios humanos y las relaciones sociales. Al actuar y pensar en política, el contenido concreto del medio en que cada uno viva y se mueva serán determinantes, y por consiguiente debe ser priorizado. Pero no podemos olvidar en ningún momento las cuestiones más generales, sus características y sus implicaciones, y los condicionamientos que pone a nuestra acción: tener en cuenta el movimiento en su conjunto. El capitalismo ha logrado universalizarse y universalizar su cultura, y esgrime con gran fuerza esos logros contra la humanidad y el planeta. Pero nos ha enseñado, primero, que podíamos tener dimensiones universales para enfrentarlo, y después, que solo universalizando nuestros combates contra él y por la creación de sociedades libres y justas seremos capaces de hacer permanentes nuestros logros y llegar, entre todos, a vencerlo.

Ser internacionalista es triunfar sobre un desafío vital. El colonialismo ha sido el modo criminal y devastador de mundializarnos del capitalismo, la liberación nacional antimperialista es la ley de la creación de nuevos seres humanos y de sociedades libres. La unión del patriotismo y el internacionalismo es el camino seguro para que ese proceso de creaciones no pueda ser detenido ni derrotado. Es forjar la dimensión que nos une a través y por encima de todas las diferencias y todas las fronteras.

 

Termino invocando a un individuo cuyo nombre y rostro son como un esperanto para nuestras lenguas y un denominador común para nuestros ideales, porque logró triunfar sobre todos los retos, ascender al escalón más alto de la especie humana y dejarnos a todos un legado invaluable de ejemplos, acciones y pensamiento. Ernesto –que poseía una belleza física y una inteligencia ostensibles– quiso ser profesional, como le era posible a un joven de su medio social, pero al mismo tiempo darse a los más desvalidos y curar leprosos en Perú o en África. Leyó novelas desde niño y filosofía y tratados políticos desde adolescente, albergó el deseo de conocer París, pero caminó a lo largo de su continente para conocer a los pueblos oprimidos y acendró una vocación de entregarse a ellos. Encontró una noche su destino con Fidel y la guerra cubana y supo tomar la decisión más importante antes de que amaneciera. Dio un prodigioso salto hacia delante mediante la práctica revolucionaria consciente y organizada, avance tan grande que hasta le cambiaron su nombre. El Che fue uno de los más grandes y amados dirigentes de la Revolución cubana, pero supo dejar sus cargos y volver al combate internacionalista, hasta dar su vida como comandante cubano y latinoamericano.

Recordemos su grandeza de revolucionario y su tranquilo optimismo cuando, a la hora de otra decisión trascendental de su vida, le escribió a Fidel, nos escribió a todos: hasta la victoria siempre.